Sexo y afecto: Nos hicieron creer que el desapego era libertad
- Carolina Meloni
- 2 abr
- 4 Min. de lectura

Nos hicieron creer que el “buen sexo” es técnico. Que lo importante es hacerlo “bien”. Meter, sacar, durar, rendir. Pero en esa obsesión por hacerlo “como corresponde”, no hay lugar para sentir con le/s otre/s.
Nos vendieron la idea de que el sexo sin afecto es más libre e intenso, que la ternura es un peligro porque engancha. Como si sentir nos atrapara, nos volviera vulnerables en el peor sentido. Como si besar lento, hablar sobre la vida o abrazarse un rato largo antes, durante o después del encuentro fueran errores en la coreo.
Pero, ¿y si el placer fuera mayor cuando no tenemos que estar a la defensiva?
El mito del sexo sin confianza
La idea de que el mejor sexo es el que ocurre sin ningún tipo de vínculo afectivo es un mandato más del modelo neoliberal del deseo. No porque el sexo sin un compromiso vincular no pueda ser increíble, sino porque nos vendieron que el desapego es sinónimo de libertad. Desde esta lógica, expresar afecto podría ser leído como un error, como un riesgo de “engancharse”, de entramparse, y con esto, de volverse vulnerable en el peor de los sentidos. Y sin embargo, cuando el cuerpo se siente cuidado y contenido, la sensibilidad se amplifica.
No se trata de que el sexo deba ser siempre amoroso (ni lo opuesto), sino de entender que el afecto no es un enemigo del placer. El compromiso afectivo no es una propuesta de proyecto conjunto, no nos obliga a permanecer al lado de alguien a cualquier precio o dar lo que no se tiene. El compromiso afectivo es un compromiso de cuidados y respeto básicos. Humanos. Cuidados que nos permiten relajar.
Cuerpos relajados, placer amplificado
El cuerpo no es una máquina. Y aunque nos hayan hecho creer que el rendimiento es la clave del buen sexo, lo cierto es que la mejor forma de potenciar la respuesta sexual es desactivar la exigencia. Emily Nagosky, en Tal como eres, explica que el sistema nervioso simpático (responsable de la respuesta de lucha o huida) se activa cuando nos sentimos en alerta o evaluades, lo que puede bloquear la excitación y el orgasmo. En cambio, cuando nos sentimos segures y en confianza, el sistema nervioso parasimpático facilita la relajación y el disfrute.
Esto significa que la ternura, el contacto y la conexión emocional no solo no le restan intensidad al sexo, sino que pueden amplificar la respuesta erótica. La piel responde distinto cuando el cuerpo se siente cuidado.
Evidencia científica que respalda esta idea
Un relevamiento publicado en el Archives of Sexual Behavior encontró que las personas que tenían un período de afecto más largo antes, durante y después del sexo se sentían más satisfechas con su vida sexual. La clave no estaba en la frecuencia de los encuentros ni en la duración del contacto genital, sino en la calidad del contacto. Otro estudio de la Universidad de Toronto sugiere que el afecto es el puente entre el sexo y el bienestar emocional. Las expresiones de cariño después del sexo—como abrazos, miradas dulces y palabras suaves, lo que en ambientes kinky suele llamarse "after care"—suelen generar una mayor sensación de felicidad y disminuir los niveles de ansiedad.
En otras palabras: lo que nos hace sentir personas plenas y satisfechas no es cuántas veces tenemos sexo ni cuán "bien" lo hacemos, sino cómo hacemos y nos hacen sentir en el encuentro.
Recuperar el deseo sin mandato
El modelo del sexo basado en rendimiento, desapego y eficiencia nos aleja del disfrute en lugar de acercarnos. Recuperar la ternura como parte de la erótica es reapropiarnos del placer sin miedo a la conexión.
Tati Español, en Todo sobre tu vulva, habla de cómo el sexo no se trata solo de técnicas ni de respuesta genital, sino de la capacidad de habitar el propio cuerpo y conectar con otres desde el deseo y el respeto mutuo. Leonor Silvestri, en Ludditas Sexxxuales, plantea que el problema no es el sexo casual en sí mismo, sino cómo muchas veces se reproduce en él la lógica del consumo: usar y descartar, tocar sin registrar, desconectarse. Una idea que también atraviesa la obra de Magnus Hirschfeld, quien ya a principios del siglo XX desafiaba la idea de que el deseo fuera un impulso mecánico, proponiendo una visión más amplia e integradora de la sexualidad.
Desarmar la falsa dicotomía entre sexo y afecto es abrirnos a experiencias más ricas, diversas y auténticas. No porque el sexo deba ser tierno, sino porque el placer es mucho más que técnica y ejecución. Es presencia, sensibilidad y conexión.
Que el afecto sea un espacio de confianza. Porque el placer es mayor cuando no tenemos que protegernos de quien tenemos al lado. Porque mostrar interés por el bienestar de las otras personas no es una promesa de proyecto futuro. Es simplemente cuidarse.
No se trata de elegir entre frialdad o promesa. Se trata de tener sexo sin miedo. Sin exigencias. Sin distancia obligada. Porque cogemos con el cuerpo, pero también con la confianza, la presencia y la libertad.
“En un mundo que nos empuja al desapego, la ternura es una forma de desacato. Es sostener, mirar a los ojos, estar presente. Es construir refugios en los cuerpos, sin miedo a la entrega.”—
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