¿Cogés o trabajás? El capitalismo del rendimiento y la alienación del placer
- Carolina Meloni
- 27 mar
- 2 Min. de lectura

En una sociedad que mide el valor de todo en términos de productividad, el sexo no escapa a la lógica neoliberal. Nos han enseñado que el éxito se traduce en rendimiento: cantidad de orgasmos, duración del coito, frecuencia de encuentros sexuales. Pero, ¿qué pasa cuando trasladamos la lógica del mercado al deseo?
La trampa del rendimiento sexual
Silvia Federici explica cómo el capitalismo mercantilizó nuestros cuerpos, haciendo del trabajo reproductivo una extensión de la producción. En el sexo, esta lógica se manifiesta en una exigencia de desempeño: Lograr y mantener una erección. Eyacular en el momento "correcto". Alcanzar muchos orgasmos. Provocarle muchos orgasmos a otres. Tener alta frecuencia de prácticas sexuales.
Esta obsesión con el "buen rendimiento" genera una presión constante que sabotea la experiencia. Como explica Emily Nagosky en "Tal como eres", el sistema nervioso simpático se activa cuando nos sentimos evaluades, lo que puede bloquear la excitación y el placer. En otras palabras, cuanto más nos esforzamos por "cumplir", más difícil se vuelve conectar con el deseo ( e inclusive con la función).
Sexualidad y alienación: el placer como resistencia
Byung-Chul Han sostiene que el neoliberalismo convierte a les sujetes en explotadores de sí mismes. Esta autoexplotación se ve reflejada en la manera en que abordamos la intimidad: nos exigimos ser "buenes" en la cama, como si hubiera un estándar universal. Esta exigencia genera una respuesta paradójica (o más bien, lógica): la ansiedad bloquea la respuesta sexual [genital], la obsesión por "hacerlo bien" impide el disfrute.
Marx y Engels hablaban de la alienación en el trabajo, pero este concepto también se puede trasladar a la esfera sexual. El deseo se experimenta como algo ajeno cuando se mide en términos de productividad. Mark Fisher, en Realismo capitalista, explica cómo el neoliberalismo ha colonizado hasta las esferas más íntimas de la vida, incluyendo el descanso y el ocio.
Desde esta perspectiva, resignificar la experiencia sexual implica una forma de resistencia política. Implica dejar de medir el sexo en términos de eficiencia y empezar a experimentarlo como un espacio de conexión, presencia y juego. La caricia no es solo una estimulación táctil, sino un lenguaje en sí mismo.
Romper la lógica neoliberal en la cama
Si dejamos de pensar en el sexo como una meta a alcanzar y empezamos a habitarlo desde el deseo presente, la experiencia cambia.
En lugar de enfocarnos en "cumplir con una lista de objetivos sexuales", podemos preguntarnos:
¿Realmente deseo esto o lo hago por cumplir con una expectativa?
¿Estoy presente en lo que siento o en lo que "debería" sentir?
¿Qué pasa si dejo de medir mi desempeño y me permito simplemente disfrutar?
Liberarnos de la productividad también es un acto erótico. Quizás el verdadero placer esté en dejar de "rendir" y empezar a habitar el deseo sin presiones.
Entonces... ¿cogés o trabajás?
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