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¿Por qué a veces no hay erección?

  • Foto del escritor: Carolina Meloni
    Carolina Meloni
  • 4 may
  • 7 Min. de lectura

¿Y si la penetración no fuera el centro?

Nos enseñaron que el sexo "de verdad" gira en torno a la penetración. Que sin eso, no pasó nada. Que todo lo demás es previo, accesorio o innecesario. Y así, sin darnos cuenta, fuimos armando nuestras experiencias sexuales como si fueran una coreografía fija, con roles asignados, tiempos cronometrados y resultados esperados.

En ese guión, la penetración no solo aparece como práctica deseada, sino como exigencia. Como mandato. Como frontera que separa el “sexo real” de lo que no cuenta. Y con esa exigencia, se cuelan muchas otras: la erección sostenida, la lubricación "natural", el orgasmo como meta, el cuerpo disponible y "funcionando". El disfrute, al parecer, tiene condiciones.


Pero cuando el encuentro sexual se vive como un examen, algo cambia. El cuerpo se prepara para rendir, no para disfrutar. Y ahí entra en juego el sistema nervioso simpático, ese que se activa cuando hay miedo o tensión. Cuando se percibe el peligro. El mismo que inhibe la excitación, que bloquea la respuesta sexual, que dice: “esto no es seguro”. No porque el encuentro sea violento, sino porque la presión, la expectativa o el miedo al fracaso lo convierten en un momento de alerta.

Muchas personas con pene (y no sólo ellas!) lo viven así. No es que no quieren. No es que no pueden. Es que su cuerpo no entiende que está en un contexto erótico. Percibe otra cosa. Por eso a veces la erección no llega, o no se sostiene. Porque es una respuesta autónoma, no voluntaria. No se puede forzar, ni fabricar, ni prometer.

Y sin embargo, esa experiencia se vive con vergüenza, culpa, sensación de falla. Como si el cuerpo desobedeciera. Como si no penetrar o no poder hacerlo fuera igual a no tener derecho al deseo, al placer o al vínculo. Como si fallar en ese ritual nos dejara fuera del mundo sexual.


Es posible salirnos del mandato coital? Descentrar la penetración no significa eliminarla. Significa correrla del centro. Reconocer que hay otras formas de encontrarnos, tocarnos, sentirnos. Que hay otras maneras de vivir la excitación y el placer, sin pruebas que rendir. Que no hay nada que demostrar.

Somos un cuerpo que aprendió a sentirse obligado, evaluado, exigido. No somos un cuerpo fallado.


El cuerpo no falla: se defiende

Cuando hablamos de ansiedad en lo sexual, no siempre se comprende que no se trata de una emoción superficial, sino de un estado corporal profundo, automático, que se activa sin que lo decidamos. No es una cuestión de voluntad. Es el cuerpo haciendo lo que sabe: protegernos.

El sistema nervioso simpático es una parte del sistema nervioso autónomo (es decir, que no manejamos a voluntad) y se activa ante situaciones que interpreta como amenazantes. No necesita que el peligro sea vital. Le alcanza con que se perciba. Cuando se activa, entra en “modo defensa”: aumenta la frecuencia cardíaca, se tensan los músculos, se dilatan las pupilas, se reduce la digestión… y se inhibe la respuesta sexual.

¿Por qué? Porque si el cuerpo cree que hay que defenderse, huir o prepararse para un ataque, no va a priorizar el placer. No puede excitarse si percibe peligro. La activación simpática está pensada para sobrevivir, no para disfrutar.

Y aunque el entorno sea amoroso, deseado y consensuado, si hay presión (vincular, internalizada, externa, etc), miedo a fallar, exigencia de rendir bien o angustia por no lograr lo que “se espera”, el cuerpo puede leer eso como una amenaza. Sobre todo si aprendimos que el sexo es un examen donde hay que cumplir ciertos pasos para ser seres válidos.

Por eso, ante esta percepción, no hay erección posible. No porque el pene “falle”, sino porque el cuerpo está diciendo “ahora no es seguro”. La erección, igual que la lubricación o la excitación genital, no es voluntaria: es una respuesta autónoma que se ve profundamente afectada por el estado emocional y del sistema nervioso.

Así que no, no es que no querés. No es que no podés. Es que el cuerpo está respondiendo correctamente a un contexto que vive con tensión o alerta.


Ansiedad y genitalidades

La ansiedad no se siente igual en todos los cuerpos, pero sí la experimentamos todas las personas. A veces se siente como opresión en el pecho, nudo en la garganta o respiración entrecortada. Pero también —y esto se dice poco— se manifiesta en los genitales.

Hay vulvas que, en contextos de ansiedad, no lubrican aunque haya deseo. Hay penes que, frente a la exigencia, no logran una erección sostenida. También puede aparecer dolor, molestia, o simplemente desconexión del cuerpo. Y todo eso no significa que algo esté roto. Significa que el cuerpo está respondiendo con coherencia a lo que percibe.

Frases como “no se me para”, “no lubrico”, “me duele”, “no llego” son comunes en las consultas. Pero detrás de esas frases, muchas veces hay ansiedad, miedo a no gustar, presión por “cumplir”, experiencias previas incómodas o simplemente el mandato de tener que funcionar como se espera. Y eso pesa.

El sistema genital, como todo el cuerpo, responde al entorno. Y si ese entorno es de exigencia, vergüenza, culpa o urgencia, lo más probable es que los genitales “no respondan”. Pero eso no es una falla, es una defensa. Es el cuerpo diciendo: “Así no puedo, así no quiero”.

Además, la forma en que aprendimos a leer esas respuestas genitales muchas veces está atravesada por la mirada médica, capacitista y cisheteronormada: se nos dice que hay una manera “correcta” de excitarse, de penetrar, de lubricar, de tener orgasmos, de tener sexo. Pero no todos los cuerpos responden igual, ni en los mismos tiempos, ni bajo las mismas condiciones.

Reconocer esto es el primer paso para salir de la lógica de la corrección y entrar en una lógica de cuidado. Entender que cada cuerpo tiene su manera de excitarse—y también sus tiempos para sentirse a salvo— nos permite recuperar el erotismo desde otro lugar.


La trampa del mandato de penetración

Desarmar el mandato de la penetración no es estar en contra de la práctica, sino cuestionar la obligatoriedad que se le impone como medida universal del sexo “válido”. Es una crítica al coitocentrismo, ese modelo que se disfraza de naturalidad pero que silencia otras formas de placer, de encuentro, de intimidad.

Parece que la penetración no necesita ser consensuada, ni preguntada, ni hablada. Se da por sentada. Se espera que esté, y que esté bien hecha, sin importar si realmente se desea, si lastima, si incomoda o si simplemente no está entre las prácticas elegidas.

Este mandato impone exigencias que pesan sobre todos los cuerpos: erección sostenida, lubricación “natural”, orgasmo coital, eyaculación en tiempos determinados. Y cuando eso no sucede, el mensaje es claro: “fallaste”.

Pero no, el problema no es el cuerpo, ni la falta de deseo, ni el tiempo, ni la rigidez de una erección. El problema es que se espera que todos los cuerpos funcionen igual frente a una práctica que, aunque puede ser placentera, no es la única ni la más importante.

El coitocentrismo atraviesa todas las identidades, orientaciones, prácticas y genitalidades. Aunque se basa en un modelo cisheterosexual, sus efectos se sienten también en vínculos lésbicos, con personas trans, no binaries, en relaciones abiertas, monógamas o poliamorosas. Cuando lo que se espera es que haya algo que penetre, algo que sea penetrado, y que eso sea “el centro” del encuentro erótico.

Y cuando no hay penetración —porque no se desea, porque no se puede, porque duele, porque no hay con qué— aparece la angustia. Nos sentimos seres incompletos, fuera de norma, incapaces, "asexuales". Y eso no es casual: así funciona el mandato, generando ansiedad, presión, vergüenza y sensación de déficit.

Pero la penetración no es la medida del placer. El placer no se mide en centímetros, ni en rigidez, ni en profundidad. Se construye en lo que elegimos hacer, en lo que disfrutamos, en cómo nos vinculamos.

Sí, claro que se puede disfrutar de la penetración. Muchísimo. Pero también se puede gozar sin ella. Tocando, rozando, acariciando, gimiendo, vibrando, mordiendo, jugando. Hay un mundo entero de posibilidades que merecen ser descubiertas sin que el coito se imponga como requisito.

No es no querer penetración. Es querer elegirla.


Salidas lúdicas y "terapéuticas" posibles

Cuando la ansiedad aparece en lo sexual, en ese esfuerzo por alcanzar “el resultado correcto”, se nos va la posibilidad de sentir.

Pero, ¿qué pasa si soltamos esa exigencia? ¿Si, en vez de evaluarnos, nos permitimos estar? ¿Si cambiamos la expectativa de rendimiento por una experiencia de exploración y presencia?

Ahí entran propuestas sexológicas que no buscan solucionar una "disfunción", sino habilitar otra forma de habitar el placer. Se trata de corrernos de la exigencia y conectar con las sensaciones, sin apuro, sin destino, sin presión por llegar a ningún lugar.

Es volver al cuerpo como territorio de juego y escucha. No como campo de batalla donde se gana o se pierde. Acariciar sin esperar que eso termine en un orgasmo. Sentir sin anticipar lo que “debería” pasar. Tocar y que nos toquen como forma de estar presentes, y no como antesala de una meta.

Esto puede hacerse con otras personas o en soledad. Puede ser en desnudez total o apenas una mano sobre el pecho. Puede durar minutos o extenderse sin reloj. El eje no está en qué se hace, sino en cómo se hace. En qué atención se pone, en qué permisos se habilitan.

Son vías posibles para salirse de la lógica del mandato y recuperar el disfrute por fuera de la norma. Porque el placer no siempre es intenso, genital o explosivo. A veces es suave, difuso, silencioso. A veces es solo sentir la piel viva, el deseo disponible, el cuerpo como lugar habitable.

Y eso también vale.


El problema no sos vos

Si sentís que fallás, que no cumplís, que no llegás, que algo en vos no funciona como “debería”... detenete un segundo. Respirá. No hay falla ni estropicio.

El problema no sos vos. El problema es lo que aprendiste.

Es lo que nos dijeron que debía pasar. Lo que creímos que era “normal”. Lo que nos exigieron repetir aunque no nos hiciera bien.

No hay una sola manera válida de vivir la sexualidad. No hay una forma correcta de sentir, de excitarse, de gozar, de compartir el cuerpo.

Desarmar mandatos, cuestionar lo que duele, animarse a explorar y nombrar el propio placer, también es un acto político.

Y merecés hacerlo sin culpa.




 
 
 

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