Frotación: la práctica más común (y más invisibilizada) del placer
- Carolina Meloni
- 14 jun
- 3 Min. de lectura

¿Sabías que una de las formas más frecuente, efectiva y placentera de masturbarse no es con los dedos, ni con las manos, ni con penetración?
La práctica más habitual es con frotación: contra almohadas, colchones, bordes de cama, sillones, peluches… o incluso usando el propio cuerpo, como cruzando las piernas, presionando los muslos o frotándose con el talón. Solo puede sonar raro si nunca te lo contaron. Pero lo cierto es que muchísimas personas se reconocen en estas prácticas.
Lo que no se muestra no se permite
Es lógico que esta forma de placer se viva en secreto o con vergüenza: las previsualizaciones del porno, la publicidad, incluso muchos contenidos “educativos”, siempre muestran dedos, penes, formas fálicas o hasta frutas. No se representan cuerpos que gozan frotándose. Y eso tiene efectos: recibo constantemente consultas de personas que no logran llegar al orgasmo con otras personas…Y no porque tengan una “disfunción”, sino porque su forma más placentera de estimularse es con frotación, y no logran replicarla en compañía.
¿Por qué? Porque se sienten personas raras, poco sensuales, avergonzadas, con miedo al juicio o porque, efectivamente, han sido criticadas o censuradas por no poder disfrutar CON el cuerpo de su partenaire. Y es ahí donde se instala el mito de que “algo no está funcionando bien”.
¿Y qué es la frotación?
La frotación es una práctica súper diversa y extendida. Aunque es más prevalente en personas con vulva, se realiza con TODA genitalidad. Consiste en presionar y frotar los genitales sobre partes del propio cuerpo y/u objetos: el talón, el brazo, la pierna, una almohada, el colchón, el chorro de agua, la ropa, la punta de una mesa… hasta un libro.
Suele ir acompañada por tensión muscular en piernas, glúteos, abdomen o muslos, y muchas veces comienza en la infancia, lo que la convierte en una de las primeras formas de autoplacer.
Y sin embargo, es también una de las más sancionadas e invisibilizadas. En la infancia, se reprime en nombre de la moral; y en la adultez, se la descalifica por “infantil o inmadura”. Paradójicamente, incluso cuando se la nombra públicamente, se hace con palabras infantilizadas, como el tristemente popular froti-froti, como si la única forma de hablar de esta práctica fuera desde la infantilización de la práctica, desde la falta de autenticidad.
Pero la frotación no necesita ser disfrazada de ternura para ser válida. Ya tiene nombre. Es una forma legítima y completa de exploración y placer. Y si incomoda nombrarla así, es porque el problema está en la mirada adultocéntrica, falocentrada y reproductiva del placer. No en la práctica en sí.
La heterosexualidad como norma del goce
En encuentros heterosexuales, el placer sigue girando alrededor del pene: lo que lo recibe, lo que lo rodea, lo que lo “activa”. Y cualquier práctica que se desmarque de ese guión genitalizado, centrado en la penetración, es vista como extraña, innecesaria, o “menos sexo”.
Por eso, muchas personas con vulva viven con culpa no poder disfrutar o llegar al orgasmo con un varón cis. O inclusive los varones cis ocultan el disfrute que les genera frotarse contra el colchón, por ejemplo, por miedo a ser rechazados o descalificados, desvalorizados en su masculinidad. Pero entre personas con vulva, por ejemplo, la frotación (como el contacto vulva con vulva) no solo es más habitual, sino que está socialmente reconocida, estereotipada incluso, en la famosa “posición tijera”.
El problema no es la práctica. El problema es el lugar social que se le asigna al goce: si no está al servicio del otro, o no lo incluye, parece que no vale.
Validar lo propio. Compartir desde ahí.
La frotación es una práctica predominante, pero muchas veces se vive con culpa, con la sensación de ser personas rotas o falladas, con la falsa creencia de que no se puede tener una vida sexual “completa” si no se logra el placer con otro cuerpo.
Eso no es verdad.
Podemos incorporar la frotación en los encuentros compartidos. Usar el cuerpo de la otra persona como superficie, o acompañar sin exigir.
La sexualidad compartida no es “hacer algo con otro cuerpo”, es compartir un momento de placer.
TODAS las prácticas consensuadas son válidas.
No sos una persona rota.
No sos una persona rara.
No sos la única persona que lo hace.
Y no tenés que parecer sexy mientras te das placer.
Porque el placer no tiene que parecer nada.
Tiene que sentirse bien.
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